EL DESHAUCIO DE LA PALABRA
Tan sin ojos se daba la palabra
que al cruzarse conmigo,
puntual como siempre,
no pude hacer más que rezar
por ella.
Tan sin labios se ofrecía
que su dolor y su miseria
embriagaba de muerte
a sílabas y acentos.
Tan sin oído que
cuando quise tomarla
me asombró su astucia
y enmudecí para no ver su cuerpo
retorcido, algunas veces,
saliendo por la boca
saliendo por la boca
del hombre.