El horizonte impone
la sencillez de las formas.
Para satisfacer su condición
necesita el inquietante
azul de la llama,
más aire que ningún
hombre,
y un cielo ajedrezado
que quiebre el centro vivo de la
luz.
Sin embargo,
nada hay que cause más desazón
que ese revuelo
de gaviotas ausentes
anunciando la trágica belleza.
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