DE CUANDO TUVE PECES DE COLORES
Me gustaba mostrarles mi mirada
terca,
a ellos espiarme, con qué
inquisitivos
ojos, tras el cristal.
Ninguno sospechaba la elegancia
con la que se movían en aquel
engañoso
fondo marino.
Sometidos a aquella agua encarcelada,
de vez en cuando
–qué desgracia-,
uno emergía inerte.
Y a su alrededor nunca vi ni
duelo,
ni dolor.
Yo tuve un acuario
con peces de colores y anhelé
formar parte de aquel ecosistema,
mas, díganme...
¿podrían Uds. dejar
de manifestar su dolor a gritos,
podrían dejar de llorar la muerte?
Una reflexión poética muy atinada, querida Carmela. No sé si el dolor o la conciencia de finitud puede silenciarse. Somos siempre una queja que busca palabras para ser oída. Un gran abrazo.
ResponderEliminarNo creo que se pueda silenciar José Luis, el dolor o la conciencia de finitud, porque como tú bien dices, somos siempre una queja. Será que la vida lleva siempre una mochila cargada de mudos gritos. A veces, se escuchan. Un abrazo
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